Origen de la Charrería
Es el caballo la criatura más noble, útil y bella, que la naturaleza ha puesto al alcance del hombre. Es la otra mitad del charro. Gracias al caballo existe nuestro charro, el exponente más típico y genuino de la mexicanidad.
Se cree que el primer antepasado del caballo vivió en tierra americana, hace millones de años, sin haberse podido precisar las causas de su desaparición. Los actuales caballos de América proceden de España y Portugal principalmente, lo que a su vez, cuentan al árabe entre sus más inmediatos ascendientes. Veinticinco años después de que los españoles trajeron los primeros caballos a Santo Domingo, en Veracruz ocurre el desembarque de los primeros “dieciséis caballos de Cortes”, simbólico principio de nuestra caballería criolla.
En Nueva España, al consumarse la conquista, se prohíbe a los naturales montar a caballo, vestir las telas de ultramar y servirse de monturas y menesteres españoles. Los naturales, en su arraigo a la tierra y por la fecunda reproducción de los caballos criollos, se ingenian para perfeccionar sus propios métodos de equitación, formas propias de vestir y crean la artesanía que les proporcione sillas, frenos, espuelas y muchos otros menesteres de la más rica y artística factura.
En sus prácticas vaqueras, los rancheros fueron cultivando poco a poco, singulares facultades para manejar el ganado vacuno y su destreza se manifiesta en verdaderas hazañas de valor, habilidad y precisión. Con la arriería, por todos los caminos reales y rutas de herradura, fluye el intercambio de usos y costumbres vaquerizas entre la inmensidad rural de nuestra patria. Así se popularizó los tipos del ranchero, del cuerudo y del chicano y, como su común denominador, surge la arrogante y soberbia figura de los charros.
En toda la inmensa extensión de la Colonia, los “hombres de a Caballo” desarrollan las más audaces y arriesgadas faenas vaquerizas, como medio de desahogar sus ocupaciones cotidianas, en los más diversos manejos del ganado.
Al mismo tiempo que esas faenas vaquerizas iban creando el gusto y el placer de ejecutarlas, iba naciendo entre los rancheros un noble y muy espontáneo concepto de fraternidad.
Los rancheros y chicanos dan colorido especial a la provincia y crean, sin pensarlo, una singular fisonomía, manifiesta en todos los actos de la vida, que constituyen la más rica veta folklórica de México.
Los ideales libertarios de la raza, que por siglos ahogaran el Virreinato, explotan con la insurgencia, luego contra la intervención y más tarde ante la afrenta imperial. Cruzan por todos los caminos de la patria los heraldos de la libertad y los lauros se conquistan a lomo de caballo.
A fines del siglo pasado y a principios del presente, los hacendados dan un gran impulso a la charrería y con la esplendidez y buen gusto de sus manifestaciones, marcan una de sus mejores épocas. Nuevos ideales vuelven a inflamar el espíritu y una vez más, el hombre del campo se revela y, al reivindicar la posesión de la tierra, al desaparecer el latifundio ya no se encuentra en los limitados recursos ganaderos, el campo normal de sus actividades. Los charros de la tierra, recios vaqueros de todas las haciendas y los nobles rancheros de provincia en consecuencia, se desplazan y, con ellos la era legendaria y romántica de los nobles cruzados de la andante charrería de México.
Durante los años de 1910 a 1920, muchos hombres de a caballo de ascendencia campirana,
se habían radicado en las principales ciudades del país.